Escuela y etnicidad: el caso de los gitanos
Mariano Fernández Enguita, Catedrático de Sociología de la Educación de la Universidad de Salamanca es sin duda bien conocido por todos los interesados en la temática de este número de Gitanos, centrado principalmente en «la educación y la comunidad gitana».
En las I Jornadas sobre intervención social con población gitana Adalí Calí / Madrid Gitana que la ASGG organizó en Octubre de 1999, Fernández Enguita presentó una ponencia cuyo texto completo, con algunas actualizaciones realizadas por el autor, reproducimos en esta sección de A FONDO.
Un tratamiento más completo del tema y los detalles de la investigación y el trabajo de campo previos pueden encontrarse en su libro Alumnos gitanos en la escuela paya (Barcelona: Ariel, 1999).
Aunque siempre cabría proponer una lista más larga, podemos ponernos de acuerdo en la primacía de tres funciones sociales básicas de la escuela: la cualificación, socialización y selección con vistas a la asignación a roles productivos adultos; la formación de los individuos como miembros de una nación y partícipes de un sistema político; y la custodia de la infancia y de la juventud. Bastará referirnos muy sucintamente a ella para que salte a la vista su falta de sintonía con la historia y la realidad del pueblo gitano en cuanto tal.
Los roles
La escuela se ha convertido en un instrumento sustancial de la formación para el trabajo, en primer lugar, porque el proceso productivo moderno, en las condiciones de la sociedad industrial o post-industrial, requiere hábitos de trabajo propios de la actividad colectiva y la relación asalariada: actividad regular, cooperación, valorización del tiempo, sometimiento a fines y medios determinados por una autoridad, etc. Las aulas forman a los alumnos en las pautas de conducta correspondientes gracias a aspectos rutinarios aparentemente tan irrelevantes como los horarios, la atribución de usos al espacio físico, el énfasis sobre el orden y la inmovilidad, la simultaneidad en la realización de las tareas, el sometimiento a contenidos y métodos determinados por el maestro o por otros situados por encima suyo, etc. Pero si hay algo que distingue a los gitanos de los payos donde quiera que los encontremos, en cualquier momento de su historia y mucho más que la itinerancia, el folclore, la lengua o cualquier otro pretendido rasgo común, es la opción por la economía de subsistencia, por el trabajo por cuenta propia o, lo que es más probable, por alguna combinación de ambos. De por sí éste requiere un tipo de socialización distinto del que ofrece la escuela, cosa hoy patente en múltiples lamentos sobre la incapacidad de ésta para instilar en los jóvenes el sentido de la iniciativa, actitudes emprendedoras, vocaciones empresariales, capacidades para el trabajo autónomo, etc. Esto resulta incluso más cierto si no sólo se trata de trabajo por cuenta propia, sino de un trabajo para el mercado en el que el otro lado de la relación, el payo, es visto como candidato permanente al engaño en el precio y en la calidad del producto, lo que al fin y al cabo no es sino una exacerbación de la lógica del mercado, en cuyo caso no sólo la forma estructural de la socialización escolar, funcional para el trabajo subordinado, sino el hecho mismo de la socialización en común con el futuro público a explotar, el payo, resultan contraproducentes desde el punto de vista de su previsible actividad económica.
La escuela es también hoy esencial para la incorporación de los payos al trabajo porque la mayoría de los empleos requieren algunas destrezas instrumentales básicas y comunes que ella proporciona regularmente, porque buena parte de los mismos exigen además capacidades más especializadas y acreditadas que ella imparte formalmente y porque los cambios tecnológicos y organizativos demandan una constante respuesta adaptativa a nuevas necesidades concretas que sólo es posible sobre la base de algunas sólidas capacidades abstractas. Esto, sin embargo, es menos cierto para el gitano típico, o al menos para el gitano tópico. Los oficios tradicionales en que se ha enquistado la minoría gitana exigen importantes habilidades específicas, pero escasas capacidades y conocimientos abstractos. Los gitanos se han mantenido aferrados, de grado o por fuerza -o ambas cosas- a ocupaciones y oficios tradicionales de carácter artesanal, agrario, comercial o de servicios personales, permaneciendo casi por entero al margen del desarrollo de la industria, las profesiones y los servicios cuaternarios, que probablemente sean los que de modo más aparente requieren capacidades abstractas como las que la escuela alienta.
Por último, en cuanto que contribuye a la asignación de las personas a distintos papeles y posiciones en la vida económica adulta, la escuela ofrece sobre todo una promesa de movilidad o de reproducción social individual. No asigna directamente lugares en la sociedad a clases, ni a castas, ni a clanes y a unidades familiares, aunque en términos agregados pueda resultar finalmente así, sino que lo hace individuo por individuo. Para quienes proceden de clases o grupos subordinados o desaventajados, en particular, la oferta de la escuela consiste siempre en la promesa de permitirles escapar de modo individual del sino asignado a su grupo, sea en la forma de hijo de obrero con beca, mujer asimilada a las virtudes masculinas, negro dotado de un alma blanca o gitano apayado. La movilidad individual es el precio de la adaptación y la otra cara de la deserción del grupo de origen. Sin embargo, el gitano, que vive intensamente en, a través de y para el grupo familiar, busca una posición social o una trayectoria de movilidad, pero no individual sino grupal, y eso la escuela no está en condiciones de ofrecérselo siquiera.