La educación frente a los discursos del odio
Hace unas semanas un militar retirado asesinó a Younes, de 37 años, en la terraza de un bar, al grito de “fuera moros de España”. Pocos días después, una mujer fue apuñalada delante de su hija en la cola de recogida de alimentos, bajo el grito de “¡Sudaca! Nos quitan la comida”. Ambos hechos sucedieron en Murcia, donde VOX intenta imponer desde la Consejería de Educación el “pin parental”, una iniciativa sin precedentes en la política pública, con el objetivo de vetar lo que se puede enseñar y lo que no en la escuela en función de las creencias o la ideología de los progenitores. El mismo partido que unos días antes, ante el drama humanitario de El Tarajal, jaleaba a la población ceutí y a media España a luchar “contra la invasión” de niños huyendo de la pobreza al otro lado de una frontera inventada. Añadamos a esto 42 feminicidios en lo que llevamos de año, mientras algunos jueces coinciden con la ultraderecha en la existencia de la violencia de género; Juana Rivas es enviada a prisión por intentar proteger a sus hijos, o la Audiencia de Málaga ratifica la condena por blasfemia a la feminista organizadora de una procesión satírica. Resultaría ingenuo no ver el hilo gris que une todos estos hechos y otros muchos en un contexto pandémico que oscila entre los miedos asentados en la anterior crisis y las incertidumbres del presente, miedos e incertidumbres sufridas por demasiada gente. Un contexto que en el caso español tiene sus particularidades, aunque nos encontremos ante un fenómeno que es global, como es el auge de los (neo)fascismos y los discursos del odio.
Y frente a esa turbia realidad, las imágenes del fin de curso escolar… Salvando el estrés habitual de las evaluaciones finales, alumnas y alumnos de todas las edades felices al empezar las vacaciones pero, a la vez, tristes por dejar de ver unos meses a sus compañeros y maestras, sabiéndose parte de una comunidad que ha tenido un comportamiento ejemplar, que ha convertido las escuelas en uno de los lugares más seguros en estos últimos meses. Frente al odio a las otredades, la convivencialidad de un “nosotros” del que la sociedad en conjunto tiene mucho que aprender de lo que sucede en la escuela.
La convivencia se aprende, como se aprende también el odio. Un odio que aunque no devenga delito, hace un daño tremendo a la convivencia democrática. Sobre todo cuando estos discursos son legitimados desde diferentes instancias de poder. Porque el discurso de odio es ante todo eso: una expresión de odio fabricada con la intencionalidad de dirigir los miedos, inseguridades y malestares de buena parte de la sociedad hacia determinados colectivos, que son señalados como enemigos de la patria. Los discursos de odio no son algo nuevo y, por ello, beben de viejas fuentes como el racismo, el machismo o el nacionalismo excluyente e incorporan, además de los colectivos vulnerables, como las personas sin techo o migrantes, a nuevos objetos de rechazo, como las feministas o los docentes.
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