El Iraq imaginario
Por Manuel Castells
Conforme se perfila la catástrofe que se cierne sobre la guerra de Iraq surgen en Estados Unidos preguntas fundamentales sobre cómo se generó esta sinrazón. Algunas de ellas son conocidas, como también lo son ahora sus respuestas. Las mentiras de los gobernantes y la manipulación de una opinión pública traumatizada por el 11-S.
El control geopolítico del suministro de petróleo en Oriente Medio. La utilización de la guerra para asentar el poder de la derecha en Estados Unidos. La liquidación de un antiguo vasallo (Sadam Husein) que se había descontrolado. La intimidación para otros estados en la lista negra de Bush. La movilización interna y externa contra el islamismo militante. Pero a todo ello se añadió algo más, que va a la raíz de la relación de EStados Unidos con el mundo. Y si me apuran también de la relación de los países occidentales (las culturas de matriz judeocristiana)con el mundo: la reedición del viejo mito civilizador.O sea, en el caso de Iraq y de Oriente Medio en general, la idea de que la democracia tal como la concebimos es el antídoto contra el fundamentalismo y el terrorismo. En esta perspectiva, la ocupación de Iraq debería conducir al establecimiento de la democracia y, a través de ella, al desarrollo económico y a un régimen prooccidental capaz de suministrar petróleo y apoyo estratégico en una zona neurálgica.
Pues bien, el debate actual en Estados Unidos cuestiona precisamente esta visión civilizadora ingenua que llevó al horror cotidiano en que hemos sumido a los iraquíes (digo hemos porque también hubo tropas españolas en Iraq). Por ejemplo, en un blog reciente, el coronel W. Patrick Lang, veterano de fuerzas especiales de Vietnam y del servicio de inteligencia sobre Oriente Medio, sostiene que la raíz del problema y los responsables del desastre de Iraq son los propios ciudadanos estadounidenses. Porque en el fondo creen, como Tom Friedman, que el desarrollo económico y tecnológico unifica culturalmente la humanidad y que, por tanto, el deber moral de las grandes democracias de los países ricos es ayudar a los peublos a transformarse en democracias, repitiendo la historia de Occidente. Fue a partir de esa creencia que se construyó la estrategia de la invasión de Iraq, en la idea de que una vez destruido el ejército de Sadam en cuestión de semanas y liquidado su Estado, los iraquíes elegirían su propio gobierno y con nuestra ayuda reconstruirían el país y eliminarían a los baasistas y posibles terroristas. Pero lo que ocurrió en realidad es que los chiíes y los kurdos aprovecharon su mayoría electoral para tomarse la revancha de los suníes que los habían oprimido durante el baasismo. Porque en Iraq, la etnia, la comunidad, la tribu y la familia son las realidades en torno a las que se construye la vida. Y la comunidad es a la vez territorial y religiosa. Lo históricamente abstracto en Iraq es el principio de ciudadanía individual y, por tanto, el Estado nación fundado en la democracia representativa. En lugar de ser un estado democrático se convirtió en instrumento de los chiíes en todo el territorio y de los kurdos en su comunidad nacional que organizó un pseudoejército iraquí protector de sus respectivas milicias, con los norteamericanos como fuerza de choque manipulada en función de sus intereses. En esa situación, Zarqaui, el líder de Al Qaeda, planteó una brillante estrategia antes de morir, organizando masacres, raptos y torturas de chiíes para provocar una reacción. Y de hecho fue la destrucción de la sagrada mezquita chií de Samarra lo que se convirtió en detonante de las masacres de suníes perpetradas por las milicias chiíes bajo protección de la policía y el ejército. Ése es el origen de la llamada guerra de sectas que ha llevado a la limpieza étnica y a la pérdida de control de la situación por parte de las tropas ocupantes. Y cuanto más refuerzan al gobierno de Maliki más ahondan en el caos. Porque la fracción mayoritaria de los chiíes tiene conexiones profundas con Irán. Y porque los kurdos (que no son árabes) están convirtiéndose en el nucleo fiable del ejercito aliado con Estados Unidos. Pero los kurdos sun una minoría nacional oprimida por múltiples ocupantes y no ocultan su deseo de construir un Kurdistán independiente. De ahí que algunos estrategas conservadores de Estados Unidos estén proponiendo un repliegue de las tropas hacia el Kurdistán, un territorio amigo y con petróleo, para establecer una base permanente. Un segundo Israel, un Estado cercado por los árabes y sus enemigos ancestrales. Claro que entre estos enemigos se encuentra Turquía, lo que conlleva un alto riesgo para Estados Unidos.
El gran fracaso de la guerra de Iraq es la idea de que la democracia y la difusión de la cultura occidental son la panacea para la estabilidad del mundo. Es lo contrario. Cuando se trata de imponer un modelo de sociedad mediante bombardeos, las culturas resisten y, además, manipulan a los ocupantes civilizadores hasta convertirlos en torturadores y cómplices de torturadores. Las instituciones democráticas se convierten en una fachada tras la que se reproducen las prácticas culturales y las relaciones de poder que normalmente constituyen la sociedad. Y en realidad, muchas de las democracias de África, Asia y América Latina también participan de esta ficción de ciudadanía cada vez más vacía de sentido para la gente, según las encuestas. Claro que la democracia sigue siendo la menos mala de las formas de gobierno, porque teóricamente se puede cambiar de gobierno de vez en cuando. Pero si no se articula con la realidad cultural y social de cada sociedad, se convierte en un instrumento de dominación pura y dura de quienes tienen la fuerza. El Iraq imaginario no es sino uno más de los imaginarios con los que nos representamos el mundo a imagen y semejanza nuestra para decidir que somos lo mejor y que los demás tienen que ser como nosotros y quieren ser como nosotros. Y es ese imaginario el que degenera en alucinación sangrienta cuando tratamos de hacerlo realidad.
Fuente: La Vanguardia