La escuela española que funciona solo con la energía que es capaz de acumular
No se educa desde la palabra, se educa con hechos. La nueva sede del colegio Brains en el distrito de Ciudad Lineal en Madrid demuestra cómo la arquitectura contribuye no solo a la sostenibilidad del planeta reduciendo el gasto energético. También es clave para concienciar a los alumnos de los recursos limitados y la necesidad de cuidarlos.
“Es muy fácil hacer edificios de consumo energético nulo [que cumplan con el estándar conocido como PassivHaus] en Austria: te aíslas y listo. Pero ¿cómo lo haces cuando metes en el mismo lugar a 120 adolescentes llenos de hormonas con 36 grados que debes bajar a 22?”. El arquitecto Chema de Lapuerta y su socia Paloma Campo cuentan que lo consiguieron con pozos canadienses: tubos de 50 centímetros de diámetro a tres metros bajo el suelo por donde circula aire fresco del subsuelo (18 grados). Esa espiral enfría y calienta el nuevo inmueble sin necesidad de conectarlo a la red eléctrica.
La familia Sánchez Hita, dueños y fundadores, hace 40 años, del centro, tenía un objetivo: sus nuevas instalaciones debían educar. A la excelencia académica —el colegio es uno de los primeros bilingües de la capital— debían sumar ambición ecológica. Sabían que el nuevo edificio sería un 25% más caro —”de 1.500 euros por metro cuadrado pasaría a costar 2.000″, explica Luciano Gómez, encargado de las instalaciones—. También iba a ser más difícil de construir: pagarían el pionerismo de ser el primer colegio PassivHaus levantado en España que está desconectado de la red.
Los alumnos, en cambio, ganarían una lección diaria. No solo podrían hacer clase bajo los arces, ver crecer los tomates en el huerto escolar u observar cómo aparecen y desaparecen las hojas de los abedules para comprender el efecto de la sombra en la temperatura. Urgía que tomaran conciencia de que continuar con la construcción acrítica e indiscriminada, que no tiene en cuenta ni la naturaleza del paisaje ni la contaminación que producen algunos materiales ni el consumo energético, supone contribuir al calentamiento global, a la destrucción del planeta. La escuela no quería obviar ese mensaje básico y desoído.
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