Educación e integración cultural en Chile
Por Claudio Fuenzalida
Introducción.
La diversidad cultural nos rodea cada vez más; cada vez vivimos más en una aldea global y asimismo cada vez existe una mayor diversidad cultural dentro de las naciones. Este hecho puede ser fuente de un gran progreso y enriquecimiento como humanidad, pero, al mismo tiempo, como bien lo saben los habitantes del Medio Oriente, del norte de Islandia y de Europa Oriental, puede dar origen a serios y prolongados conflictos producto de las diferencias culturales. Los conflictos culturales han sido descritos como “el SIDA de la política internacional”, que ha permanecido adormecido durante años para exacerbarse súbitamente y destruir a las naciones (Economist, citado en Myers, 2000).
Chile presenta un número creciente de inmigrantes que han llegado por la estabilidad política y económica del país, por el impacto de la globalización y por el hecho de que las barreras son cada vez más fuertes en las fronteras de los países tradicionales de destino como EE.UU. y la Unión Europea. Aunque el número de inmigrantes en Chile todavía no es significante (1,22 % en 2002)2 en comparación con las tazas de otros países, la tendencia va hacia un incremento constante de inmigrantes de países vecinos, quienes llegan en búsqueda de mejores oportunidades para su sobreviviencia y subsistencia económica (Schramkowski, 2005).
Por otro lado, parecemos como país estar muy imbuidos en el progreso de una economía neo-liberal, en ser los “jaguares” de Sudamérica, mirando constantemente al exterior por parámetros que nos definan y nos validen, olvidando muchas veces mirar hacia nuestro interior, pareciendo no existir en nuestra conciencia de chilenos el hecho que Chile es, y ha sido por varios siglos, un país multicultural, con ocho diferentes etnias, y muchas otras extintas físicamente, pero que aún permanecen en nuestra sangre. De acuerdo al Censo 2002, existen 692.192 indígenas, distribuidos en 8 etnias vigentes: Aymara, Quechua, Atacameña, Colla, Rapa Nui o Pascuense, Mapuche, Alacalufe o Kawashkar y Yagán o Yámana. Todos ellos forman parte de un Chile escindido por la mayoría, que preferimos olvidar para así intentar formar una identidad de un Chile unificado y “sin conflictos”.
A partir de una multiculturalidad negada, en cuanto puede generar conflicto, resentimiento y violencia, creencia fundada y apoyada por la experiencia de un mundo desgarrado por diferencias étnicas y culturales, ¿cómo podemos aprender a aceptar nuestra creciente diversidad, a valorar nuestra identidad y la de otros y a reconocer la magnitud de nuestra condición humana? ¿Qué papel juega la educación en este desafío que se nos presenta como humanidad? Estos son los temas principales que se discutirán en este ensayo, en pos de lograr una clarificación de conceptos y posturas, fomentar la concientización en Chile de este tema, así como en un intento de vislumbrar posibles respuestas a estos planteamientos.
Cultura y prejuicio.
La definición de cultura es un tema difícil que ha suscitado un gran debate, debate que se aleja de la temática central del presente ensayo, por lo que, en función de lograr un acuerdo para la lectura de este ensayo, nos quedaremos por el momento con la definición de Myers (2000) que define cultura como formas de comportamiento, ideas actitudes y tradiciones perdurables, compartidas por un gran grupo de personas y transmitidas de una generación a la siguiente.
Asimismo, Myers (op. cit.) nos indica que para sentir el impacto cultural necesitamos tan sólo confrontarnos con otra cultura, algo a lo que Chile hasta hace pocos años no estaba acostumbrado, por lo que fácil resultó cantar y enorgullecernos de cuánto “se quiere en Chile al amigo cuando es forastero”3, pero, cabe preguntarse, ¿es Chile un país racista? En los últimos años este slogan chileno de amistad al forastero ha sido puesto a prueba ante la llegada de -precisamente- forasteros. Schramkowski (2005) plantea que la integración de inmigrantes en Chile, sobre todo de inmigrantes andinos, se dificulta aún más porque el racismo se cruza con el clasismo tradicional, sus conductas segregadoras y grandes desigualdades sociales. Esta sería una de las fuentes del prejuicio, en cuanto el prejuicio sirve para justificar la superioridad económica y social de quienes tienen la solvencia y el poder. La posición social es algo relativo, para percibir que tenemos posición social necesitamos que haya personas por debajo de nosotros (Myers, 2000), papel que les asignaríamos a personas provenientes de países vecinos, tales como Perú y Bolivia o a los propios indígenas chilenos u otras minorías. Es así como un beneficio del prejuicio o de cualquier sistema de posición social, es un sentimiento de superioridad. Esta proclamación de la inferioridad de otros nos permitiría no sentir disonancia cognitiva en las personas que se benefician de la inequidad de cualquier tipo y de la exclusión de otros.