Una reflexión lúcida sobre el racismo
“Y veía que lo que me separaba del mundo no era nada intrínseco a nosotros, sino la herida que nos había infligido la gente decidida a nombrarnos, decidida a creer que el nombre que nos habían puesto importaba más que cualquier cosa que pudiéramos hacer” (pág 155).
Una herida: así resume el estadounidense Ta-Nehisi Coates aquello que le separa del mundo. No es una herida fortuita, accidental, casual, sino una herida arañada, escarbada, horadada durante casi 300 años de esclavitud primero, y desposesión, pobreza, miedo, criminalización y desarraigo después. Infligida por quienes él denomina “los soñadores”, esos que en su día ejercieron el dominio de los cuerpos negros como herramienta de enriquecimiento a través del sistema esclavista y después se aprovecharon de las maneras sutiles con las que el capitalismo ha seguido protegiendo sus privilegios, eso que Coates resume con la palabra “Sueño”, así en mayúsculas, que encapsula todas las falacias del sueño americano.
Entre el mundo y yo nos habla de la profundidad de la herida, de la sima insalvable entre el afroamericano y el blanco en Estados Unidos a través de una reflexión lúcida y cristalina sobre el racismo y el nacer de la conciencia negra del autor. Seix Barral nos lo hace llegar a través de la excelente traducción de Javier Calvo, que mantiene el ritmo y la fuerza del lenguaje tan característicos de la prosa de Coates. Éste no es un ensayo al uso, sino una carta del autor a su hijo de 15 años en la que le explica, sin rodeos ni edulcorantes, qué significa ser negro en Estados Unidos. Y lo que sufrirá por ello.
Coates le cuenta a su hijo cómo de niño, cuando vivía en uno de los barrios más violentos de Baltimore, contrastaba el Sueño que veía en las series de televisión —las barbacoas al aire libre, las casitas unifamiliares detrás de vallados blancos, los niños blancos jugando felices en el barrio, los adolescentes cuya única preocupación era ligar o hacer alguna trastada en el instituto— y la realidad de sus calles, donde sólo había negros como él y la preocupación era otra: sobrevivir. Y que le llevó muchas lecturas, una educación en la Howard University (una de las universidades históricas para africanos, afroamericanos y otras personas de la diáspora), y más de una epifanía dolorosa como la muerte de su amigo Price Jones a manos de la policía, para darse cuenta de que “el Sueño descansa sobre nuestras espaldas, sobre los cimientos hechos con nuestros cuerpos” y que por eso, para ellos, es inalcanzable (pág 24).
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