La cadena vecinal que ayuda a los refugiados cuando las instituciones no lo hacen
Gabriela García, de 36 años, llegó hace dos martes a las puertas del Samur Social, en el céntrico barrio de La Latina, y se echó a llorar. Desde entonces acude cada día al lugar que representa el colapso de los servicios de emergencias de Madrid. Esa noche conoció a Lilian Paola Pérez, a sus tres hijos de 12, 9 y un año, y a otras personas solicitantes de asilo que iban a pasar su primera noche en la calle. “Me partía el alma ver a los niños, tenía que sacarlos”, dice esta vecina. Les invitó a cobijarse en su casa, pero lo rechazaron “para no perder la vez en el Samur”, recuerda García, que acoge en su casa desde hace dos noches a una pareja de salvadoreños.
Ante la emergencia social y la falta de plazas en centros oficiales que se encuentran colapsados, el Ayuntamiento ofreció la semana pasada siete espacios municipales al Gobierno para ubicar a los refugiados. El Ministerio de Migración aprobó dos de ellos, uno en Cercedilla y otro en la Casa de Campo, que necesita unos pequeños arreglos. Entre tanto, son ciudadanos —vecinos como García o la parroquia de Vallecas San Carlos Borromeo— quienes llevan hasta la puerta del Samur Social comida y mantas térmicas y les ofrecen alojamiento.
García, boliviana de Cochabamba, no solo presta ayuda, sino que también la recibe. La suya es una de las 30 familias que forman parte de la Red de Solidaridad Popular, una plataforma de apoyo horizontal que se practica de igual a igual, sin jerarquías y cuyas decisiones se toman a través de asambleas. Ella llegó a España hace 11 años y se puso a limpiar casas. Con su sueldo paga un alquiler de 600 euros y da de comer a sus dos hijos. Pero no es suficiente, por eso cuando una amiga le habló de este espacio de colaboración ciudadana creado por vecinos de los distritos de Latina y Carabanchel, decidió unirse. La Red la forman, principalmente, familias de inmigrantes latinoamericanos.
A García la asociación le apoya desde hace un año y ahora ella también echa una mano a las familias refugiadas que lo están pasando peor que ella. Cada tarde, después de trabajar y recoger a sus hijos del colegio, se pone manos a la obra en la cocina. Sobre las 20.30 horas ya está esperando con la cena lista tras las puertas del Samur. Cuando le acompañamos, el pasado martes, lleva arroz con verduras, todo guardado en una nevera de poliestireno para mantenerlo a buena temperatura.
Las farolas de la calle de San Francisco adivinan la silueta de una mujer bien abrigada y con paraguas tirando de un carrito de bebé y flanqueada por dos niños que hablan a gritos: se trata de la familia Pérez, a quienes conoció hace días, que ya duermen en un hostal pagado por el Samur Social. La comida no está incluida, por eso hoy vienen a las puertas del centro a recibir la cena que preparan las familias de la Red. “Son muy especiales para mí”, explica García, mientras se echa a los brazos de la mujer y se funden en un gran abrazo. Mientras tanto, los niños siguen a lo suyo: una videollamada con su padre que aún está en Colombia.
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