Hambre, trabajo y disciplina: así es el día a día de los estudiantes de magisterio en México
A las cuatro de la mañana, las 30 muchachas que duermen en la misma sala se tiran de sus literas a ver quién se adelanta para conseguir uno de los cuatro urinarios y una de las tres bañeras de agua fría. A las seis, tomarán la primera clase del día y, si es lunes, de 7.40 a 9.00 se extenderá el homenaje a la bandera mexicana, canto del himno y poemas “para fortalecer el amor a la patria”. Solo después de eso podrán desayunar su magra ración y ahí comenzará un día largo de clases, limpieza de instalaciones y “orientación política” cuyo programa oficial concluirá a las ocho de la noche con la cena. Las tareas académicas se alargan hasta la madrugada, en ocasiones. Y a las cuatro, todas en pie de nuevo. “Estudio, trabajo y disciplina”. Ese es el lema en la Escuela Rural Normal Vanguardia, ubicada en el pueblo de Tamazulápam (Oaxaca), donde cada año se forman 480 muchachas llegadas de pueblos pobres y a veces violentos. Muchas no resisten la severidad del internado y abandonan. En México hay 265 Escuelas Normales, 15 de ellas rurales. Así se forman miles de maestros. El futuro de México.
Los normalistas están siempre en la esfera pública, para llorarlos o para criticarlos. El número 43 quedó impreso en la piel de México. 43 muchachos de la escuela de Ayotzinapa (Guerrero) desaparecidos una noche de 2014 de los que, años después, apenas se han encontrado unos restos óseos. Y de tarde en tarde, los encontronazos entre la policía y los estudiantes de Magisterio siguen llenando los medios de comunicación, donde son duramente criticados porque cortan carreteras, roban camiones de mercancías o secuestran autobuses para servir a sus protestas. El presidente del Gobierno se ha referido a ellos recientemente, luego de que dos jóvenes perdieran la vida en una de estas “luchas” al lanzarse desde un camión de refrescos en marcha al que se habían encaramado. Andrés Manuel López Obrador pidió que las protestas fueran pacíficas y dejó caer que detrás de las carencias de estos estudiantes anida el cacicazgo.
Los últimos presupuestos federales para las Escuelas Normales parecían destinados a extinguirlas. Se propusieron 20,6 millones de pesos que después se aumentaron a 170 millones y el compromiso escrito de que el monto se irá elevando con los años. Primero se recorta para luego tener la ilusión de que se sube. Una especie de gatopardismo que, en unos años, si hay suerte, habrá dejado los recursos en el mismo lugar de 2020, cuando se dispusieron 461 millones de pesos. Muy lejos de los 1.195 millones de 2015. Las políticas de austeridad parecen un sarcasmo en escuelas donde falta papel, lápices, donde los muelles huyen de los colchones y se pasa hambre. A la financiación federal hay que añadir la de cada Estado, “más burocrática y lenta aún”, a decir de los estudiantes. Dos meses de protesta continuada (dos meses menos de estudio) dedicaron las muchachas de la Escuela Vanguardia para solicitar materiales de trabajo y colchones nuevos. Dicen que ya están concedidos, aunque en las camas todavía duermen los viejos. La pandemia tiene parte de la culpa: las pupilas este año lo pasaron en sus casas.
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