La
precariedad de los empleos y la imposibilidad de acceder
a convenios laborales les obliga a menudo a aceptar, igual
que sus compañeros varones, jornadas de trabajo muy
amplias.
En
el caso de las mujeres, al horario de trabajo se une
el cuidado de los hijos y de la casa. Las madres de
hijos menores de cinco años tienen serias dificultades
para incorporarse a un empleo a tiempo completo, pero en
el colectivo de las mujeres inmigrantes la situación
es aún peor: la falta de plazas de guardería
y la escasez de programas de actividades extraescolares
o la dificultad de acceder a becas de comedor, repercuten
directamente en la situación de muchas mujeres inmigrantes
cuyas jornadas de trabajo corresponden con los horarios
de escuela.
Si
a esta situación añadimos la inexistencia
de programas de ayuda económica para el cuidado de
los niños, entenderemos que una baja laboral para
una mujer inmigrante significa, una vez más, su dependencia
de un cónyuge legalmente reconocido como tal y la
pérdida de sus prestaciones sociales. Éstas
están hechas para facilitar la libre circulación
de trabajadores rentables, no para ayudar a las personas
como tal.
Sin
empleo, sin marido, con hijos pequeños y sin prestaciones
sociales
difícilmente podremos hablar de igualdad
de oportunidades en la libre circulación de los trabajadores
y trabajadoras en Europa.
|